La Sagrada Familia: la puerta a otros mundos
Salí extasiada del interior de la catedral, me paré frente a la fachada que no podía dejar de mirar. Imaginé a Antoni Gaudí de pequeño sentado en la arena de la playa a orillas del mar haciendo castillos, mezclando arena y agua hasta amasar una especie de barro. Imaginé sus manitas de niño cogiendo un puñado de la mezcla para echarlo en su castillo de arena, dejando resbalar grumos en las torres alargadas en exceso, construyendo formas imposibles en vertical. Y de vez en cuando, levantar sus ojos y pensativo mirar al cielo, hacia esa nada azul reflejo del mar mezclado con el blanco de las nubes y abrir con palitos redondos agujeros a sus torres «chorreadas» para que entrara esa luz.
Puede que fuera así o puede que no, pero es lo que vi. Y viajé por las «fugas» de sus cúpulas, miré a través de sus ojos futuristas el universo, me mareé con tanta belleza y agradecí su armónica locura.
Volé al todo y quedé suspendida en el abismo…
